Nuestra casa en Catia, sueño recurrente (I)
Esta noche temprano,
me he quedado dormido. He debido sumergirme en lo más profundo del estado RAM
de mi sueño y de nuevo, he sido trasladado oníricamente a la casa de Catia,
aquella en la que se construyeron los recuerdos de mi infancia y pubertad hasta
los trece años. No logro ubicar causas pero si hay algún ente repetitivo en mis
sueños, es esa casa donde me criaron mis padres.
La recurrencia del
sueño tiene su punto culminante en la puerta de entrada que por alguna razón
nunca queda bien cerrada y siempre me deja en vilo ante el posible de ingreso
de algún trasgresor de las buenas costumbres. La puerta esta incompletamente
terminada y no es posible cerrarla para sentirse seguro dentro de la vivienda.
Era o es, no lo sé,
nunca he vuelto por allí desde que ocurrió nuestra mudanza en traslado
geográfico territorial y socioeconómico dejando atrás la periferia de Catia en la Calle El Lago de
Los Magallanes, para instalarnos en la clase media de alta tradición europea en
la Urbanización Las Acacias por allá en 1966 si la memoria no se me extravía en
los caminos del tiempo.
Mis recuerdos más
lejanos me ubican en una vivienda con frente de concreto y platabanda
comprendida en una distribución de Sajuan, puerta a la izquierda a la sala y
desde allí entrada el acuarto principal sin baño privado y puerta al comedor,
que disponía otro acceso desde el San Juan. Luego en hilera del lado izquierdo,
el baño familiar, el cuarto de mi hermana seguido del cuarto compartido con mi
hermano mayor y al fondo un pasillo, un baño y un cuarto de trastes. Toda la
zona del lado derecho frente al baño familiar y los cuartos ya referidos, era
ocupada por un jardín en el que la estrella era un hermoso y floreciente
granado. La verdad no recuerdo la cocina que creo estaba delante del cuarto de
trasteo. Allí habitábamos y compartíamos existencia cinco personas y un perro.
En su afán de siempre
tirar hacia arriba, los ahorros de mi padre permitieron una transformación que
fue realizada por el Sr. Plascencia, un “constructor” español a quien contrato
papá sin que ello fuera del gusto de Luis Hernández, el “toero” de confianza de
la familia, el Maestro Sople de las
sopas calientes cuando era parte del almuerzo cuya tradición venía signada en
el condumio por la sopa y el seco y era invitado como decía, “a meter los pies
bajo la mesa”.
La transformación
llevo la casa a toda una estructura de concreto y platabanda, con pisos de granito,
escalera con pasa manos de hierro labrado y huellas – contrahuellas a medida en
el mismo material, granito rojizo y bien pulido que finalizaba en una puerta
que bloqueaba el acceso a la platabanda y obvio, de esta a la casa, con un
paredón en alzada y ventanas. Al final, pegado al cerro y a todo lo ancho, el
cuarto de lavandería y planchado en cuyo techo se ubicaba el tanque igualmente
de concreto, casi tan largo y un poco menos ancho que el cuarto sobre el cual
se ubicaba.
La transformación
engullo el jardín y ya no hubo el escarceo nocturno y desprendimiento robado de
las granadas cuando estaban en su punto.
Es la casa que
recuerdo con una pizarra para el estudio en el comedor que ahora quedaba
cerrado y separado por pared que sustituyó a las persianas. Era gris en aquel
entonces, con la pared salpicada y la famosa ventana de la sala que daba
directamente a la calle. La ventana de las fiestas, abierta a la fiesta
secundaria en la acera donde se aglomeraban los muchachos y uno que otro viejo
a ver las muchachas y el baile esperando que cada cierto tiempo se les sirviera
el trago de rigor como mandaban los usos y costumbres del barrio, de la
vecindad, de la calle.
Con esa casa mantengo
un sueño recurrente. Desde hace muchos años sueño eventualmente con ella y al
final del sueño, en el preaviso al despertar me veo intentando cerrar la puerta
de la calle y siempre concurren al menos dos situaciones inconvenientes. La
primera tiene que ver con algún evento en la acera, en la propia calle o en la
acera y casas del frente; la otra, la propia acción de cerrar la puerta
cuestión que nunca logro a satisfacción y es en ese momento cuando despierto.
Anoche, la puerta ni
siquiera disponía bisagras para fijarla al marco de entrada, era de cualquier forma
en los laterales y quedaban amplios espacios a ambos lados aunque uno de ellos
lograba sujetarlo con cadena y candado sin que por ello pudiese cerrar la posibilidad
de ingreso, se me quedaba en las manos y sentía temor a dejarla así e irme
dentro de la casa. ¿Qué hay en mi subconsciente que cual nietzscheana
construcción del tiempo, aquella casa y su puerta de entrada juegan conmigo al
eterno retorno? Busco respuestas dentro de mí, en la descripción y análisis de
lo que ha sido mi existencia porque al descubrirlo, sé que me conoceré un poco
más.
Sabana de Guacuco, 18
y 19 de abril de 2024