Viaje por primera vez a La Gran Sabana hace unos veintitantos años. Lo hice en compañía de mis tres hijos, Mario, el mayor, Eugenia y Javier, los morochos y menores. Fue un viaje de ida cumplido en dos etapas. Salimos desde Ciudad Bolívar poco después de mediodía. Pasamos Puerto Ordaz y San Félix, recodamos por Upata vía Guasipati y llegamos a El Callao con buen tiempo. Allí nos detuvimos y entramos para conocer el pueblo. Luego de un breve recorrido, continuamos viaje pasando por Tumeremo donde cargamos gasolina y avanzamos hasta el Ochenta y ocho donde, dado el avance de obscuridad nocturna decidimos pernoctar. Creo que Eugenia aún guarda las facturas de la cena y el pago de las habitaciones aquella noche. Debo señalar que estrenábamos vehículo, recién adquirido de la agencia.
Despertamos y estuvimos listos para continuar temprano en la mañana. Desayunamos en las cercanías de la única estación de gasolina en el pueblo y cargamos combustible. Arrancamos hacia Piedra de la Virgen emocionados. Nos sorprendió la espectacularidad de la formación rocosa que a través de su forma y manchas nos presentaba el rostro de una virgen. Paremos por un momento para apreciar la magnitud de este realidad natural, tomamos algunas fotografías, sentimos la temperatura del agua y continuamos hacia nuestra próxima parada en el salto Del Danto. Allí bajamos hasta donde nos fue posible para apreciar la caída libre del agua en la cascada. El ruido y la fuerza del agua, temor ante la magnitud de lo natural.
Continuamos el ascenso. Pasamos uno y otro lugar hasta el aviso que nos indicaba la proximidad del Monumento al Soldado Pionero. La verdad, fue sorprendente el ascenso por la pendiente de la carretera, llegar al máximo de elevación de la misma y ver frente a nosotros, en la curva hacia la izquierda, la espectacularidad de la sabana en el cambio de la vegetación de selva a esta que ahora se abría ante nosotros con tonos verdes claros, amarillos y una gama cromática que nada tenía que ver con lo que acabamos de dejar atrás. Nos detuvimos en el monumento, nuevas fotografías, observamos la sabana en toda la longitud y ancho de su esplendor. A lo lejos, muy lejos, un tepuy, ya habíamos avistado los de la Sierra de Lema la tarde anterior. Las emociones iban en crescendo.
Clima fresco, buena y segura carretera, continuamos la ruta. Kamoiran, la previsión de cargar combustible nuevamente, Kamá, la alcabala en el Fuerte y el desvío hacia hacia Luedpa, sitio de ocio y recreo presidencial, puesto a punto por el impulsor de la Conquista del Sur. De nuevo, avance por la carretera que cual serpiente, se aprecia desde los lugares altos en sus curvas, unas y otras, cual reptil, no avanzando, esperando por sus visitantes. Cuando, en que momento, no lo sé. Solo recuerdo haber lanzado la mirada a mi izquierda para quedar prendado cual amor a primera vista de aquella mole alta y larga que nos acompañaría, mostrando diferentes facetas de su anatomía a los largo de un buen trecho. Avanzaba y no quería ni podía apartar mi mirada. Por momentos, la nubosidad de la zona y la suya, lo ocultaban de nuestra vista. Aparecía de nuevo, mostrándonos su magnificencia, su esplendor, la fuerza de su energía.
Era el Roraima, tepuy de los tepuyes.
La carretera nos guiaba. Quebrada Pacheco, Quebrada de Jaspe y otros sitios de interés para el visitante. Llegamos a nuestro destino. Recién un joven emprendedor acondicionaba un sitio turístico, unas cabañas y habíamos conversado bastante, porque me correspondió convencerlo de que me recibiera en las cabañas que aún no terminaba de amoblar. Luego de varias llamadas telefónicas y del correspondiente depósito bancario, habíamos llegado hacia las cuatro o cinco de la tarde. Nos instalamos, cada quien tomo su reconfortante baño y nos dispusimos para el avance hasta Santa Elena. Recorrimos el poblado y regresamos para dormir. La imagen del Roraima se mantenía en mi memoria.
Durante tres días visitamos los distintos sitios de interés turístico de la zona. Nos bañamos en ríos y quebradas. Nos lanzamos en toboganes naturales. Comimos rodicios brasileros en La Línea y tiempo hacia no veía y saboreaba una “media jarra” de cerveza, aunque nunca igual o similar a las nuestras. De nuevo hube de apreciar “el padre” de los tepuyes. Se mostraba, se ocultaba, llamaba cada vez más mi atención. Llegó el día del regreso y en mi mente dos cuestiones: La historia de la laguna encantada que se ubica, carretera por medio, frente al sitio donde acampamos. La otra, la posibilidad de ver de regreso al Roraima. Visto ahora de una manera diferente, ya no de espaldas, ahora de frente. Así lo vi…
En el viaje de regreso, hay una curva en lo alto desde donde se parecía el tepuy en toda su magnificencia. Así lo vi. Al verlo me plantee la posibilidad de conocerlo tan cercanamente como me fuese posible. Averigüé y había formas, unas más arriesgadas que otras. Decidí que algún día posaría la planta de mis pies sobre la roca magnifica. No pensaba si por aire y directamente, si por tierra con todo sacrificio. La subida al Roraima se convirtió para mi, en un sueño a cumplir mientras la vida estuviese allí para mí. Mientras mi existencia en este plano pudiera ofrecerme la oportunidad de hacerlo.
Y saben que, ha llegado la oportunidad de subir a su cumbre. Estilita, mi cuñada, acompañada de Amada María, me señalan el camino. Si se puede. Dos mil doce se ha convertido en la fecha adecuada para alcanzar esa meta. En septiembre u octubre de este año aspiramos llegar al Roraima vía terrestre. Ahora estamos organizando un grupo. Obvio, María Eugenia me acompañara con todo y sus fobias a las alturas. La ventana nos espera y allá iremos. La fuerza y la energía que estoy seguro allí encontrare y alcanzare, generaran un cambio importante en mi vida. Tal vez allí concluya la inflexión que inició su desarrollo hace trece años, cuando despuntaba los cincuenta. Después del Roraima nadie detendrá nuestro avance y crecimiento en todos los órdenes. Así lo siento, estoy seguro que en 2012 haremos “cumbre” en el Roraima ….
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