Luego de aquel primer viaje a La Gran Sabana, en alguna ocasión con mi padre, en otras como parte de mi trabajo y el más reciente, a finales de noviembre y comienzos de diciembre de 2011, la visita del Roraima ha profundizado el sueño en tanto deseo de estar en la cumbre del tepuy. Se trata de una excursión exigente, aunque no tanto como la pintan muchos de quienes han coronado sus alturas. Obvio, muchos lo hacen para “embombarse” una vez han concluido el recorrido que arranca en la población de Paraitepuy, a donde se llega a través de una carretera de tierra que se abre desde la vía principal en el sitio poblado de San Francisco de Yuruaní. En el puesto de control para el inicio del ascenso, se contratan los “porteadores”, indígenas conocedores de la zona que por una asignación diaria, prestan el servicio de traslado del equipaje y los aperos de viaje desde aquí hasta la cumbre Roraima. Su contratación es una necesidad por múltiples razones entre las que basta citar solo una: Colaboran con los viajeros en el cruce de ríos y el ascenso a la cumbre, al menos dan ánimo y de ser necesario colaboran tendiendo una mano cuando se hace necesario.
Es necesario llegar a ese punto temprano en la mañana. Desde allí iniciaremos el recorrido que sobre topografía de lomas y caminos archirrecorridos, nos llevaran al primer campamento en la culminación del primer día de jornada. La pernocta se hace en el campamento que se levantara cercano a las orillas del Rio Tek. El segundo día avanza desde esta posición hasta el campamento denominado La Base, cuyo nombre se debe a que en el sitio estuvo funcionando una base de entrenamiento militar. Comentan que hasta allí, la topografía resulta benévola en sus accidentes geográficos y ya en este punto se aprecian las virtudes caracterológicas del Roraima, las cuales nos sorprenderán al tercer día, durante el ascenso. He visto fotografías realmente espectaculares, tanto las que me ha mostrado la cuñis Estilita, como las que nos presenta Charles Brewer-Carias en su último libro: Entrañas del mundo perdido”, texto que servirá de base para algunos comentarios e información que ha de nutrir lo que será nuestro viaje al padre de los tepuyes en el tercer cuatrimestre del año en curso. De Charles como lo conoce medio mundo, se pudieran escribir muchas cosas, tantas como las que nos llenaban de entusiasmo en sus entrevistas a Renny Ottolina en el programa diario a mediodía cuando era invitado para dar a conocer los preparartivos e interés de sus excursiones al sistema de tepuyes en Guayana como en los programas que hacían a posteriori, para mostrar y dejar evidencia de lo realizado.
Al tercer día comienza el ascenso a la cumbre del Roraima. La ruta que se sigue es la misma por donde en 1884, hace ciento veintisiete años, ascendieron Everard im Thurn y Henry I. Perkins quienes alcanzaron la cumbre el 18 de diciembre de aquel año acompañados de obreros del Pomerón “que los habían acompañado en su largo viaje desde Georgetown” (Brewer-Carías y Audy, 2011: 95), cuestiones que explicaremos más adelante. Se trata de una ruta en ascenso hacia unos 400 metros desde la superficie en el campamento La Base, de cara al Kukenan, tanto al río como el tepuy del mismo nombre, por camino pedregoso que bordea la pared en forma diagonal, conocida como La Rampa. Es el trecho de mayores dificultades y donde verdaderamente se ponen a prueba, más que las condiciones físicas de las personas, la convicción de sus fortalezas internas en equilibrio de emociones y espiritualidad así como las convicciones propias en relación con nuestras capacidades. Apuntan quienes ya realizado el ascenso que el momento de las emociones más intensas, antes de alcanzar la cumbre, ocurre en el llamado “Paso de las lágrimas”, punto en el que más de uno no solo llora sino que decide devolverse cuando apenas se está a unos cuarenta minutos de alcanzar lo que sin duda ha de ser uno de los mejores momentos de la existencia: La cumbre del Roraima.
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