De un tiempo a esta parte, los creadores venezolanos que hacen expresión de su arte en la gran pantalla, nos vienen mostrando una buena producción que no solo es pertinente señalarla en términos de lo cuantitativo, sino que adicionalmente hemos de destacar su alta factura cualitativa. Como quiera que resulta valido aquello de “honor a quien honor merece”, hemos de reconocer que esta es una de esas políticas públicas en las que el gobierno ha resultado en ejecutorias coherentes que, financiamiento mediante, han permitido y permiten la puesta en escena de nuevas y disímiles producciones cinematográficas. En estas últimas semanas hemos tenido la ocasión de ver dos buenas películas venezolanas: “Hermano” y “La hora cero”.
Los juicios de valoración estética son altamente subjetivos, y lo son aún más cuando quien los emite adolece de la prelación y el bagaje técnico necesario y suficiente como para emitir un juicio valorativo que resulte creíble y sostenible sobre la base de argumentación teórico – práctica. Por tanto nuestras apreciaciones sobre ambos films tienen algo de racionalidad y mucho de la emocionalidad que cada uno de ellos despertó en mí. Por tanto mis opiniones en esta materia ni siquiera alcanzan las aproximaciones de un cinéfilo y si, mas bien, las vulgares opiniones y deseos de un aficionado.
Dos películas interesantes de reciente cartelera son “Hermano” y “La hora cero”. Ambas colocan sus luces sobre la vida en el barrio caraqueño, desde cuyas alturas depauperadas por el abandono se aprecian grandes panorámicas de la ciudad en medio del valle que tiene por norte a El Ávila de Manuel Cabré y de José Campos Viscardi, a quien conocí en Ciudad Bolívar y de quien poseo una de sus cúbicas serigrafías sobre El Guaraira Repano, cerrando paso al Mar Caribe. La una y la otra plantean el drama social de la delincuencia. “Hermano”, tal vez de una manera más plana y sencilla que en el caso de “La hora cero”. Esta última va más allá. Si en su trama, “Hermano” toma la delincuencia desde la perspectiva del rescate posible y el triunfo ante los desvaríos de la vida fácil y sin mayores esfuerzos envuelta en el delinquir cotidiano, en el caso de “La hora cero”, la profundidad del planteamiento delincuencial detrás del sicariato, desnuda el “negocio” del “escenario amarillista” detrás de la noticia de sucesos, tan frecuente en nuestros medios, particularmente en la televisión.
Si bien “Hermano” asume la muerte desde abajo para florecer a la vida, “La hora cero” la asume desde arriba, desde las más encumbradas alturas del poder para dejarnos saber como parte de las miserias humanas, el sucumbir de la pobreza a los dictados de un amor que se contextualiza en la traición de las propias razones que lo propician. Traición que se expresa tanto en los códigos amatorios como aquellos que dan vida a la hermandad de los bajos fondos delictivos. En ambos escenarios, hay un punto de no retorno en el que por una u otra causa, la vida pierde todo el valor que en si misma pudiera tener.
De mi parte, no quiero pasar por alto la oportunidad de esta crónica, para destacar el desarrollo que dentro del cine venezolano comenzamos a observar en las nuevas generaciones de jóvenes que van dedicando sus vidas a la creación y participación en las lides del “séptimo arte”. Es necesario hacer referencia a la Escuela de Artes de la Universidad de Los Andes, no en balde la universidad venezolana posicionada en el primer lugar, entre todas las del país, de acuerdo a los informes del Worl Web Ranking. Entiendo que allí se forman y desarrollan profesionalmente una buena cantidad de técnicos, a quienes corresponderá la tarea de consolidar el buen cine venezolano que ya tiene referentes internacionales en tan buenos actores como Edgar Ramírez. Allí, en esa Escuela de Artes, tiene presencia y viene ganando su puesto un joven profesional de estas lides escénicas, quien como técnico tiene participación en su primera película, estando al frente de la foto fija. Se trata de Juan Humberto Rodríguez. Su estreno ocurre en el film “Paquete # 3, si la vida cuesta, imagínate la muerte”. Una película que, por lo visto en el “demo” que aparece en la red, toca al igual que las referencias de este trabajo, el tema de la delincuencia y el sicariato, ahora desde otra perspectiva para hacernos ver una arista distinta del problema.
Para Juan Humberto y sus familiares en El Palmar, no queda otra que apoyarle e incitarle a que no desmaye. No es un camino fácil el que ha escogido y ya se encuentra frente a sus pininos. Como él muchos jóvenes y como ellos y en ellos, una posibilidad futura en el marco del necesario desarrollo de esa tierra. Si grande es Venezuela, tan grande como ella es nuestro estado y desde aquí, como el Dios Abraxas y el ave fenix en las obras de Hermann Hesse, habremos de dar nuestros aportes para una nueva y distinta visión del desarrollo, en un futuro que ha de alcanzarnos por cuanto se ha hecho cercano y sus inicios comienzan a llamar en nuestras puertas….
Bismarck Ortiz Rondón
V. 3.627.220
Ciudad Bolívar 18 de diciembre de 2010
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