Dependiendo del punto de vista y los intereses de cada quien, la Venezuela que viene encuentra una encrucijada en la que, una alternativa enfrenta a la otra conduciendo al país por caminos altamente diferenciados. Tan diferenciados que incluso, mucha de la dirigencia política que aspira alcanzar cargos de representación política no atina comprender. La cuestión va mucho más allá de Capriles. Este joven de cuarenta años, con estudios universitarios y de postgrado, tanto dentro como fuera del país, es expresión de la nueva generación de políticos que aspira generar una transformación del país, de tal profundidad, que no en balde cabe suponer que ello marcará la entrada de Venezuela en el siglo XXI y viceversa.
No se trata de un cambio de nombres u hombres, tampoco de una sucesión generacional; lo que está planteado de cara al futuro, es la sumisión de la población ante la vorágine del poder en manos de una y única persona ó, la posibilidad de abrir sendas nuevas al progreso y que cada persona pueda trabajar en la construcción de sus propios contextos de vida sin que por eso haya que caer en la intolerancia, la mezquindad y el desprecio del otro y para con el otro.
Se trata de labores colectivas, en lo que cabe, brindando igualdad de oportunidades a todos, sin más limitaciones que las derivadas de los propios intereses individuales y obvio, de las aptitudes, tal y como lo tiene establecido la Constitución de la República. Cuando escribo estas líneas, he leído lo publicado hoy por un docente, corajudo, disciplinado e intelectualmente solvente, perteneciente al plantel profesoral de la Universidad Bolivariana de Venezuela en nuestra querida Ciudad Bolívar.
Su escrito está basado en un par de inconformidades que expresa sin ton ni son, como parte de una reflexión autocrítica ante la realidad que se vive en el país. La primera refiere la cuestión inherente a la desidia con la que algunos gobernadores del proceso revolucionario manejan las instancias de poder que detentan, sin mayor interés por lo ciudadano y la ciudadanía diría yo, a la vez que crítica el que esa ciudadanía no se haga participe y promotora de los cambios necesarios para el crecimiento colectivo, a su vez, reflejo del crecimiento individual.
La segunda consideración la hace respecto a la supuesta igualdad que pretende inculcarse en todos los ciudadanos como uno de los factores fundamentales del mismo proceso revolucionario. Con valor, apunta la diferenciación que de manera natural existe entre los seres humano, una cuestión que no tiene por responsable otra instancia como no sea la carga genética de cada quien, instalada en cada individuo como consecuencia de quienes antecediéndoles en la vida, hicieron yunta para procrearle, haya sido de manera responsable o no. Concluyendo lo que resulta obvio en el caso del sistema democrático y un gobierno que pretenda ser tal: Los hombres corrigen las desigualdades al amparo de la ley por una parte y, por la otra, brindando a todos, igualdad de oportunidades.
Pues bien, que la intelectualidad revolucionaria reconozca tan solo ese par de cosas, ya es un indicio importante de que el proceso, tal y como hasta ahora fue concebido, se agoto. Se agoto en la intolerancia, en la impunidad, en la más nefasta corrupción que jamás habitara en gobierno alguno con pretensiones de convertirla en caldo de cultivo para la transformación de los valores culturales de la nación. Se muestra agotada en el discurso de quien, sin haber resuelto temas fundamentales de la realidad nacional, que luego de catorce años de gobierno aun se encuentran pendientes, se muestra agotado en el petitorio de seis años más en los que se afirma, la eficiencia del gobierno superar lo anteriormente realizado…
Ante el agotamiento precedente, no queda más que una y única alternativa: La fuerza del cambio, Capriles, un presidente para el siglo XXI….
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