Cuando
me inicie en la actividad laboral, mi primer sueldo fue de Bs. 3.400,00 que,
al cambio de $ 4,30 por bolívar
representaban aproximadamente 790,00 dólares. Hoy, devengo el sueldo de un
profesor titular y su equivalencia al cambio actual puede estar entre $ 890,00
y $1.269,00 si hablamos del cambio
oficial, valor de intercambio en cuya banda de flotación no es posible obtener
divisas a menos que seamos funcionarios de confianza en el alto gobierno del
país, lo cual dista mucho de representar la media de los docentes a los que me
refiero. Al cambio que pudiéramos acceder, nuestro salario esta en el orden de
$ 380,00, asumiendo el costo mínimo de la divisa en el mercado negro al día en
que escribo estas líneas.
Después
de treinta y ocho años de trabajo, con estudios de especialidad, maestría y
doctorado y desarrollando algunas actividades para la universidad en las que
trabajo, aparte de dictar clases de postgrado, el sueldo se debate entre una
caída del 58,00 al 70,00 por ciento. Hoy gano menos que cuando me inicie en la
actividad laboral a los 24 años de edad y recién graduado, en una empresa
privada que pagaba buenos salarios y losmantuvo luego de su nacionalización. Sin duda, razón de peso para asumir la
defensa del salario y hacer valer la vigencia de las hoy olvidadas normas de
homologación, por parte de un gobierno que pretende, a través del manejo
diferencial de las mismas, promover la división al interior de la membrecía de
las comunidades universitarias de corte autónomo.
Sin
embargo, cabe una pregunta en cuanto a las herramientas de lucha que en este
momento están colocadas sobre la mesa de toma de decisiones por parte de la
dirección nacional del reclamo y los conflictos asociados. Se trata del paro
nacional indefinido. ¿Valdrá la pena arriesgar el cierre de las
universidades autónomas en la aventura de una herramienta de reclamos
reivindicativos que, en caso de fracasar echara por la borda y sin expectativa
alguna, toda posibilidad de reclamos posteriores? En mi entrega anterior no toque de manera
directa el tema. Exprese el porque de esa decisión de mi parte. La decisión
tiene mayores efectos sobre el personal activo, más que en el caso de los
jubilados. Por tanto, la mayor parte de la responsabilidad y el peso de la
decisión corresponde a quienes hoy “sudan” sus gargantas día a día en las
aulas.
Si
me corresponde decidir, considero que en el contexto de la situación que vive el país, lo mejor es mantener la
universidad con sus puertas abiertas. Esa no es una decisión temerosa o
complaciente, sino más bien de orden táctico en el proceso de reclamos que se
lleva adelante. En primer lugar he de apuntar que cuando asistimos a la
Asamblea profesoral convocada la semana pasada, nos encontramos con una
actividad de carácter informativo por cuanto ya la dirección gremial había
tomado decisiones en ese sentido. He
revisado mi dirección de correos electrónica y no he encontrado invitación
alguna en la que se me hiciera participación del llamado a alguna asamblea en
la que el punto a tratar fuese la toma de decisiones con respecto a la
posibilidad de acceder a un paro indefinido de actividades.
Aparte
ese detalle de mucha monta en un conflicto llevado a esos niveles de acción colectiva, luego de los
paros interdiarios, existen razones de peso que llevan, en lo estratégico, a
evitar una confrontación de corte indefinido si realmente se desea guardar sana
alguna herramienta de lucha para el futuro. Expresare solo algunas que ahora
vienen a mi mente. En primer lugar, el país vive en este momento una situación
de desabastecimiento que implica una elevada demanda de divisas para controlar
la escasez y llevar al menos la cesta alimentaria básica a los hogares más
humildes del país. Sin entrar en discusiones de corte ideológico en cuanto al
origen de lo que ahora ocurre como consecuencia de la mutilación del aparato
productivo nacional, la desaparición de empleos decentes y productivos y por
tanto la ausencia de producción de bienes y servicios, este es un problema de
monta mayor que opaca nuestros reclamos y nos pone de contracara ante la
población.
Luego
tenemos otros problemas de no menor monta que el anterior, los cuales se
expresan en la inseguridad y las fallas de servicios públicos fundamentales
como la electricidad. Problemas que nos afectan a todos sin discriminación de
tipo alguno y, a los cuales el gobierno debe poner interés y atención ante su
escasez de legitimidad como consecuencia del reciente resultado electoral y la
impugnación del proceso, lectoral, ello
asociado a las disputas internas en el seno del partido de gobierno y su
distanciamiento de la familia del líder
fallecido y la galopante corrupción en las altas esferas del gobierno.
Me
responderán todos que ese no es problema nuestro y que nuestro reclamo debe ser
atendido de la misma manera que se está incrementando el salario a los
militares en el día de hoy. Y es verdad que ante esta posición no tendría
porque oponerme ya que nos cabe la razón. Ahora bien, en qué medida podemos
considerar, al realizar una evaluación lógica y sincera de la realidad, que
saldremos victoriosos. Una decisión de este tipo no se ejecuta para perder,
sino para salir al menos con alguna ganancia, con algún avance, con alguna victoria que ofrecer a la multitud profesoral
y demás miembros de las comunidades universitarias autónomas. ¿Será posible que
a esta fecha, podamos alcanzar una victoria, aunque sea parcial, ante un
gobierno ocupado en defenderse de las posibilidades de su limpia caída, sin que haya como endilgarle su
suerte a terceros? A mi modo de ver ese es el elemento más importante en la
evaluación que podamos hacer de la situación y el estado actual del conflicto.
No
creo que en la situación actual del país podamos alcanzar una victoria
significativa. Por tanto considero que debe abrirse un compas de espera y
apelar a otros lineamientos de acción que, siendo creativos, permitan mantener
el espíritu de los reclamos sin perder el norte de nuestras actividades. Esta
es solo una opinión, pero creo que más gana la universidad y sus profesores de
cara a la colectividad, con sus puertas abiertas que con la pérdida de un
semestre. Esa es también una forma de mantener nuestras banderas en alto,
defendiendo la universidad pública, democrática y autónoma de un posible cierre
como ya ocurrió alguna vez en tiempos de dictadura. No abramos flancos al
enemigo de la universidad en nuestras líneas de trabajo, ayudemos a que las suyas se debiliten.
Entonces, nuestros ideales serán los que prevalezcan, a eso debemos apostar y
no a otra cosa. Defendamos la universidad venezolana. Adelante….
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