Suena el
despertador, son las cinco y media de la madrugada. He dispuesto esa hora
porque ya solo dispongo de menos de un cuarto de tanque de gasolina y he salir
temprano a ver si pesco una estación de servicio que me permita tanquear y disponer mis actividades de
este día y los subsiguientes. Son las seis y cuarto, decidí esperar esta hora
para salir por dos razones fundamentales: La primera, no salir tan temprano a
la espera de que las calles cobren vida propia en cuanto a su cotidianidad,
evitando cualquier situación indeseable que ponga en riesgo mi seguridad
personal; la segunda, que las estaciones de servicio hayan abierto y comiencen
el despacho de gasolina a los usuarios.
Salgo y voy
camino a la “bomba” más cercana a mi residencia, cerrada y sin cola. Es una
estación de servicio pequeña, de poca demanda. Por lo general y en situaciones
normales no hay más de dos a lo sumo tres vehículos en cola para cargar ya que
solo dispone de dos surtidores, lo cual permite prestar el servicio de manera simultánea
a cuatro vehículos por turno y, el ingreso a ella es relativamente incomodo. Veo
hacia el frente, en diagonal a esta que acabo de pasar, se encuentra otra
estación de servicio. Es más espaciosa que la anterior. Dispone, al igual que
la anterior, de solo dos servidores de gasolina y uno de gasoil. El ingreso y
la prestación de servicio es mucho más cómoda. Cerrada y con una gran cola que
sobrepasa la centena de vehículos.
Van dos. Me
encamino a la tercera estación de servicio. Procuro ir buscando el final de la
cola. Anoche estaba prestando servicio cuando pase pero me pareció tarde y por
razones del riesgo personal obvie tanquear allí, zona un tanto peligrosa, poca
iluminación a lo largo de la calle y de la cola por lo que decidí dejarlo para
hoy en la mañana de acuerdo a lo que, en tanto a plan me había propuesto. Al
fin cruzo la rotonda, levanto la mirada y veo que la cola esta mucho más allá
de la venta de aceite, de la venta y servicio de baterías. Son más de seis
cuadras y considerando que anoche estuvo trabajando, la disponibilidad de
gasolina no ha de ser mucha. Allí son tres surtidores para seis carros en simultánea.
Obvio más rápida que las otras dos. Aun estaba cerrada y ya íbamos camino a las
seis y cuarenta y cinco.
Recuerdo dos
estaciones servicio que me quedan en la misma ruta que he de tomar para ir de
regreso al apartamento, convencido ya de que en la mañana no sería posible,
salvo esperar varias horas, obtener el combustible necesario para el vehículo.
Otra cola, aun cerrada y sin gasolina, esperando por la gandola que les traiga
la gasolina con la que prestar el servicio. Cuatro surtidores para servicio de
ocho vehículos, muy rápida en la atención pero en las mismas condiciones de las
anteriores. Cerrada, sin gasolina en sus tanques ni reserva de atención. Otra
gran cola. Decido que me voy al “Hueco” como coloquialmente lo hemos bautizado y
que luego veré de que manera puedo abastecerme de gasolina. Me detengo ante el semáforo
no porque haya encendido la luz roja sino porque hay que detenerse para
realizar la maniobra del cruce y prolongar mi camino en línea recta sobre la
misma avenida sobre la que vengo transitando.
Salvación ¡, en ese momento veo que por la vía aledaña
vienen dos gandolas de gasolina. Una sigue sin cruzar, en su camino hay al
menos tres bombas de gasolina, por tanto ira hacia alguna de ellas. No me
entusiasmo por cuanto no tengo idea de cómo serán las colas ni la situación de
atención en ellas por cuanto no acudo a ellas para surtirme de gasolina. Sin embargo, veo que la otra cruza en la
misma dirección en la que avanzo. Solo hay una estación de gasolina, se encuentra
a menos de una cuadra, la cola es corta pero ya da vuelta alrededor y debo
tomar camino para incorporarme al final de la misma. Tomo la dirección que
corresponde, delante de mi dos vehículos, detrás una cola que no atino a
contar. Delante, un conductor duda si entrar por la parte de atrás de la
estación de servicio o seguir por la vía por donde hemos de ingresar a la cola
los no enchufados, ciudadanos ante la constitución y leyes de la república.
Ingreso al
cruce y veo el final de la cola, ya se ha alargado suficiente, me incorporo y
acomodo el vehículo. A poco rato veo por el retrovisor, la cola se ha reproducido
de manera rápida. Estimo entre media hora y cuarenta y cinco minutos para la
descarga del combustible en los tanques de la estación de servicio. Son las
seis y cincuenta, alrededor de las siete cuarenta y cinco debería comenzar el
despacho para tanqueo de los vehículos. Me acomodo y me dispongo a la larga
espera.
Cuando Sali,
como siempre, me previne en cuanto a la posibilidad de estar algún tiempo en
cola, por eso tome dos libros, mi cuaderno de notas diarias (Dispongo
cotidianamente de otros dos: Uno para lo que se relaciona con mis actividades
de docencia e investigación en postgrado, planificación y gerencia estratégica
será la próxima asignatura a dictar, aplicada a las finanzas de la
organización; el otro cuaderno, lo dedico a mis notas para el libro que he decidido
escribir), mi bolso y mi celular. Los libros, dos que voy leyendo en materia
política: De María Teresa Romero “La lucha que no acaba. Vida política de
Rafael Guerra Ramos con prólogo de Moises Naim. El otro, “Auge y declive de la
hegemonía chavista” escrito por el académico ucabista Franz Manuel von Bergen
Granell. Forman parte de lo que voy analizando con miras al libro ensayo que
voy escribiendo, por una parte y, por la otra, para tomar notas que me sean
útiles al documento que intento desarrolla en tanto propuesta para la
participación y actividades políticas de la denominada sociedad civil.
Instalado en mí
sitio, con el motor del vehículo apagado, tomo mi cuaderno de notas y me
instalo a escribir las cuatro piezas publicitarais que forman parte de los “micros”
que acordamos proponer como aporte a la campaña electoral por la gobernación
del estado Bolívar. Escribo, termino y leo. Vuelvo a leer, imagino la
entonación en el discurso. Toma el celular y me dispongo a grabar. Grabo y
escucho, borro la grabación, lo hago de nuevo. Es la nota de voz número
cuarenta. Luego de varios intentos asumo que esta bastante bien y puede ser
interpretada por quien la escuche. Envío por whatsapp a mi esposa para que me critique el contenido. Es la mejor
crítica de cuanto escribo. Así lo ha sido desde que comenzamos esta aventura de
compartir nuestras existencias y abrir espacios para que el uno los llenara en
el otro manteniendo nuestras propias identidades e individualidades y así nos
hemos mantenido y convivido en paz compartiendo momentos de todo tipo y
naturaleza en catorce años de adulta y madura convivencia. Termino dos piezas,
dejo la creación de las otras dos para luego. Envío también a Celestino para
que analice en contenido. Cambio de tercio, o faena en medio de la plaza de
toros, aunque sin escuchar los acordes orquestales en el imaginario de mis
deseos, decido abordar la lectura.
Me fui por el
libro sobre la vida de Guerrita. Leo, subrayo, reflexiono, relaciono, me ubico
en pensamiento sobre la actualidad política de nuestro país por los tiempos que
corren y los acontecimientos que narra Rafael Guerra Ramos en sus
conversaciones con María Teresa Romero. En los capítulos que leo, habla de los
años cincuenta hasta los tiempos de la lucha armada. Me voy formulando
preguntas. Leo, subrayo, escribo notas al margen. Voy leyendo y levantando la
mirada, la cola se mueve, me muevo y así continuamos y continuaremos hasta ubicarnos
a la entrada de la estación de servicio. Hay un militar y alguien que
evidentemente es personal de la estación de servicio. Una señora de más de
cuarenta años, va indicando por donde moverse. Tengo tres carros delante, ahora
dos, solo me sobrepasa la camioneta que al parecer ha quedado sin gasolina
porque la vienen empujando desde hace un buen rato.
El guardia se
hace el loco para no empujar. Un ciudadano que transita observa al chofer
empujando y se ofrece a ayudar. El y la señora que está a cargo de organizar el
ingreso a la “estación” colaboran para empujar el vehículo. Pienso en el cómo
somos los venezolanos, serviles, colaboradores, prestos a la ayuda y la
colaboración. Carga, enciende el motor y se marcha. Ya, estoy ante el
dispositivo. He llagado a la meta, echar un tanque completo de gasolina a la
camioneta. “Son treinta bolívares” me dice el bombero. Le doy los sesenta bolívares
fuertes que tenia dispuestos para la tanqueda. Solo uso gasolina de noventa y
un octanos, es la única que están sirviendo, no hay de noventa y cinco. El olor
inunda el interior del vehículo. Salgo de la bomba, recuerdo cuestiones de mi
agenda diaria para hoy, veo la hora, son las once de la mañana. He estado prácticamente
durante cuatro horas en cola, la lectura, el escribir y enviar lo convenido han
salvado la mañana. Ya no tengo tiempo para realizar lo que tenía pautado. Será
solo la gasolina….
Ciudad
Bolívar 19 de septiembre de 2017
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