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Farmacéutico. Profesor Titular en la UDO. Consultoría y Asesoramiento en planificación, organización y gerencia. Coaching. Políticas públicas. Estudios de especialidad, maestría y doctorado.

martes, 19 de septiembre de 2017

Será solo la gasolina ...



Suena el despertador, son las cinco y media de la madrugada. He dispuesto esa hora porque ya solo dispongo de menos de un cuarto de tanque de gasolina y he salir temprano a ver si pesco una estación de servicio que me permita tanquear y disponer mis actividades de este día y los subsiguientes. Son las seis y cuarto, decidí esperar esta hora para salir por dos razones fundamentales: La primera, no salir tan temprano a la espera de que las calles cobren vida propia en cuanto a su cotidianidad, evitando cualquier situación indeseable que ponga en riesgo mi seguridad personal; la segunda, que las estaciones de servicio hayan abierto y comiencen el despacho de gasolina a los usuarios.
 
Salgo y voy camino a la “bomba” más cercana a mi residencia, cerrada y sin cola. Es una estación de servicio pequeña, de poca demanda. Por lo general y en situaciones normales no hay más de dos a lo sumo tres vehículos en cola para cargar ya que solo dispone de dos surtidores, lo cual permite prestar el servicio de manera simultánea a cuatro vehículos por turno y, el ingreso a ella es relativamente incomodo. Veo hacia el frente, en diagonal a esta que acabo de pasar, se encuentra otra estación de servicio. Es más espaciosa que la anterior. Dispone, al igual que la anterior, de solo dos servidores de gasolina y uno de gasoil. El ingreso y la prestación de servicio es mucho más cómoda. Cerrada y con una gran cola que sobrepasa la centena de vehículos.

Van dos. Me encamino a la tercera estación de servicio. Procuro ir buscando el final de la cola. Anoche estaba prestando servicio cuando pase pero me pareció tarde y por razones del riesgo personal obvie tanquear allí, zona un tanto peligrosa, poca iluminación a lo largo de la calle y de la cola por lo que decidí dejarlo para hoy en la mañana de acuerdo a lo que, en tanto a plan me había propuesto. Al fin cruzo la rotonda, levanto la mirada y veo que la cola esta mucho más allá de la venta de aceite, de la venta y servicio de baterías. Son más de seis cuadras y considerando que anoche estuvo trabajando, la disponibilidad de gasolina no ha de ser mucha. Allí son tres surtidores para seis carros en simultánea. Obvio más rápida que las otras dos. Aun estaba cerrada y ya íbamos camino a las seis y cuarenta y cinco.

Recuerdo dos estaciones servicio que me quedan en la misma ruta que he de tomar para ir de regreso al apartamento, convencido ya de que en la mañana no sería posible, salvo esperar varias horas, obtener el combustible necesario para el vehículo. Otra cola, aun cerrada y sin gasolina, esperando por la gandola que les traiga la gasolina con la que prestar el servicio. Cuatro surtidores para servicio de ocho vehículos, muy rápida en la atención pero en las mismas condiciones de las anteriores. Cerrada, sin gasolina en sus tanques ni reserva de atención. Otra gran cola. Decido que me voy al “Hueco” como coloquialmente lo hemos bautizado y que luego veré de que manera puedo abastecerme de gasolina. Me detengo ante el semáforo no porque haya encendido la luz roja sino porque hay que detenerse para realizar la maniobra del cruce y prolongar mi camino en línea recta sobre la misma avenida sobre la que vengo transitando.

Salvación ¡,  en ese momento veo que por la vía aledaña vienen dos gandolas de gasolina. Una sigue sin cruzar, en su camino hay al menos tres bombas de gasolina, por tanto ira hacia alguna de ellas. No me entusiasmo por cuanto no tengo idea de cómo serán las colas ni la situación de atención en ellas por cuanto no acudo a ellas para surtirme de gasolina.  Sin embargo, veo que la otra cruza en la misma dirección en la que avanzo. Solo hay una estación de gasolina, se encuentra a menos de una cuadra, la cola es corta pero ya da vuelta alrededor y debo tomar camino para incorporarme al final de la misma. Tomo la dirección que corresponde, delante de mi dos vehículos, detrás una cola que no atino a contar. Delante, un conductor duda si entrar por la parte de atrás de la estación de servicio o seguir por la vía por donde hemos de ingresar a la cola los no enchufados, ciudadanos ante la constitución y leyes de la república.

Ingreso al cruce y veo el final de la cola, ya se ha alargado suficiente, me incorporo y acomodo el vehículo. A poco rato veo por el retrovisor, la cola se ha reproducido de manera rápida. Estimo entre media hora y cuarenta y cinco minutos para la descarga del combustible en los tanques de la estación de servicio. Son las seis y cincuenta, alrededor de las siete cuarenta y cinco debería comenzar el despacho para tanqueo de los vehículos. Me acomodo y me dispongo a la larga espera.

Cuando Sali, como siempre, me previne en cuanto a la posibilidad de estar algún tiempo en cola, por eso tome dos libros, mi cuaderno de notas diarias (Dispongo cotidianamente de otros dos: Uno para lo que se relaciona con mis actividades de docencia e investigación en postgrado, planificación y gerencia estratégica será la próxima asignatura a dictar, aplicada a las finanzas de la organización; el otro cuaderno, lo dedico a mis notas para el libro que he decidido escribir), mi bolso y mi celular. Los libros, dos que voy leyendo en materia política: De María Teresa Romero “La lucha que no acaba. Vida política de Rafael Guerra Ramos con prólogo de Moises Naim. El otro, “Auge y declive de la hegemonía chavista” escrito por el académico ucabista Franz Manuel von Bergen Granell. Forman parte de lo que voy analizando con miras al libro ensayo que voy escribiendo, por una parte y, por la otra, para tomar notas que me sean útiles al documento que intento desarrolla en tanto propuesta para la participación y actividades políticas de la denominada sociedad civil.

Instalado en mí sitio, con el motor del vehículo apagado, tomo mi cuaderno de notas y me instalo a escribir las cuatro piezas publicitarais que forman parte de los “micros” que acordamos proponer como aporte a la campaña electoral por la gobernación del estado Bolívar. Escribo, termino y leo. Vuelvo a leer, imagino la entonación en el discurso. Toma el celular y me dispongo a grabar. Grabo y escucho, borro la grabación, lo hago de nuevo. Es la nota de voz número cuarenta. Luego de varios intentos asumo que esta bastante bien y puede ser interpretada por quien la escuche. Envío por whatsapp a mi esposa para que me critique el contenido. Es la mejor crítica de cuanto escribo. Así lo ha sido desde que comenzamos esta aventura de compartir nuestras existencias y abrir espacios para que el uno los llenara en el otro manteniendo nuestras propias identidades e individualidades y así nos hemos mantenido y convivido en paz compartiendo momentos de todo tipo y naturaleza en catorce años de adulta y madura convivencia. Termino dos piezas, dejo la creación de las otras dos para luego. Envío también a Celestino para que analice en contenido. Cambio de tercio, o faena en medio de la plaza de toros, aunque sin escuchar los acordes orquestales en el imaginario de mis deseos, decido abordar la lectura.

Me fui por el libro sobre la vida de Guerrita. Leo, subrayo, reflexiono, relaciono, me ubico en pensamiento sobre la actualidad política de nuestro país por los tiempos que corren y los acontecimientos que narra Rafael Guerra Ramos en sus conversaciones con María Teresa Romero. En los capítulos que leo, habla de los años cincuenta hasta los tiempos de la lucha armada. Me voy formulando preguntas. Leo, subrayo, escribo notas al margen. Voy leyendo y levantando la mirada, la cola se mueve, me muevo y así continuamos y continuaremos hasta ubicarnos a la entrada de la estación de servicio. Hay un militar y alguien que evidentemente es personal de la estación de servicio. Una señora de más de cuarenta años, va indicando por donde moverse. Tengo tres carros delante, ahora dos, solo me sobrepasa la camioneta que al parecer ha quedado sin gasolina porque la vienen empujando desde hace un buen rato.

El guardia se hace el loco para no empujar. Un ciudadano que transita observa al chofer empujando y se ofrece a ayudar. El y la señora que está a cargo de organizar el ingreso a la “estación” colaboran para empujar el vehículo. Pienso en el cómo somos los venezolanos, serviles, colaboradores, prestos a la ayuda y la colaboración. Carga, enciende el motor y se marcha. Ya, estoy ante el dispositivo. He llagado a la meta, echar un tanque completo de gasolina a la camioneta. “Son treinta bolívares” me dice el bombero. Le doy los sesenta bolívares fuertes que tenia dispuestos para la tanqueda. Solo uso gasolina de noventa y un octanos, es la única que están sirviendo, no hay de noventa y cinco. El olor inunda el interior del vehículo. Salgo de la bomba, recuerdo cuestiones de mi agenda diaria para hoy, veo la hora, son las once de la mañana. He estado prácticamente durante cuatro horas en cola, la lectura, el escribir y enviar lo convenido han salvado la mañana. Ya no tengo tiempo para realizar lo que tenía pautado. Será solo la gasolina….

Ciudad Bolívar 19 de septiembre de 2017

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