De Teodoro
Petkoff supe cuando ingrese a la Universidad Central de Venezuela para hacer mi
carrera en farmacia. Corría el año 1967 y “El Catire” como le llamaban sus
amigos, tendría ya la treintena y era figura destacada dentro del Partido
Comunista de Venezuela. El viejo Rafael Camacaro, era nuestro vecino en la
Calle El Lago de Los Magallanes de Catia y prontamente llegaba a nuestra casa
cada edición del semanario Tribuna Popular. Luego supe de él y otras
descollantes figuras del PCV cuando se dividió el partido y de su seno surgió
el Movimiento Al Socialismo (MAS). Me hice parte de la periferia del MAS, allí
se concretó formalmente mi participación en las lides políticas iniciadas en
1958 cuando con apenas nueve años salía de tarde a tarde a pegar propaganda
electoral por Larrazabal, candidato presidencial que también lo era, entre
otros, del Partido Comunista de Venezuela.
La existencia
ha sido un largo periplo en el que nunca he podido alejarme de la política
afirmando siempre que no me siento un político, sino ciudadano que participa en
función de sus responsabilidades civiles ante la sociedad de la cual formo
parte. En ello sigo. Y en ese camino, conocí personalmente a Teodoro en Ciudad
Bolívar. Una de sus visitas como dirigente nacional del MAS. Luego, de manera
un tanto más cercana, le trate como parte de una que otra actividad del
partido, único en el cual he militado hasta que, llegado Caldera II a la
presidencia de la república, fui expulsado, no por faltas o razones
ideológicas, sino porque se requerían mujeres y hombres formados para sumir
funciones de gobierno en tanto la participación del MAS en el Chiripero, y
habiendo sido seleccionado para acceder a una posición ejecutiva en la alta
gerencia de la Corporación Venezolana de Guayana, quien dirigía el MAS Bolívar
en aquel momento, pensó que sacando del partido a quienes hacíamos peso a los
suyos, podría ver favorecidas sus apetencias burocráticas y de clientelismo político.
Me fui del MAS y no he vuelto ni creo volver a partido político alguno. No por
antipolítico, sino por respeto a mi libertad de pensamiento.
Con Teodoro
se mantuvo la cercanía política. Estando en Caracas, cuando murió mi madre, fue
a la funeraria en compañía de Saúl Gutiérrez (Estábamos allí para una actividad
política cuando aún era yo militante y dirigente universitario del MAS), para darme el pésame. Le recuerdo parado a la
entrada, buscando con su mirada penetrante. Petkoff se gano mi lealtad y
agradecimiento de por vida. A eso se le llama ejercicio del liderazgo.
Cuando fui
llamado a ser parte del gabinete en la Gobernación del estado Bolívar, “Pin Pon”
y Teodoro aconsejaron la incorporación. Por esos días nos cruzamos en Maiquetía
y me reitero aquella decisión. Que apoyara en el ejercicio del gobierno
regional. Así lo hice y fue nuestro invitado de honor cuando hicimos entrega de
los primeros créditos otorgados en favor de la pequeña y mediana empresa en el
estado Bolívar. Obviamente que realizo una de sus acostumbradas disertaciones
sobre las necesidades y bondades del desarrollo económico en democracia y
libertad.
Habiendo sido
ya candidato presidencial del MAS, en 2005 se dispone nuevamente a asumir la
responsabilidad de la candidatura aunque ya no en el MAS. Nos correspondió ser
parte del grupo de trabajo en esa efímera campaña electoral por la presidencia,
responsabilidad que asumió a sabiendas de que no llegaría al final. Su
intención era animar a que la oposición tuviese candidato en aquel proceso
electoral para el que todos estaban inmovilizados. A poco tiempo, su visión
política se vio confirmada en la decisión que él había tomado. La oposición
lanzo candidato presidencial y Teodoro se retiro de la justa. Como parte de esa campaña, concluidos los actos políticos en
Ciudad Guayana, le trasladamos al hotel de pernocta. En el camino y luego allí,
en la intimidad de su cena al final de
la jornada, relato trozos interesantes de su vida. Desde El Batey hasta las
lides en las que se encontraba y el porqué lo hacía. Vi allí una persona
sencilla y un ser humano excepcional. Como buen militante de la izquierda
moderna, esa que diferenció de la borbónica y ortodoxa, se adaptaba a las
circunstancias sin atisbos de exquisitez alguna. Un hombre sencillamente
genial. Ser humano de excepción.
De su libro ”Dos
izquierdas” (Alfadil, 2005), tomo el párrafo que cierra el último capítulo,
cuyo título es “Poner los pies en la tierra”. En él hace un llamado que hoy
tiene mucha más vigencia que cuando lo pensó y escribió, a la luz de los
resultados electorales que favorecían al adversario de la oposición, señalaba
la oportunidad y necesidad de “construir una fuerza victoriosa, que concilie en
un mismo haz tanto la aspiración a una vida mejor y el profundo sentimiento de
justicia e igualdad que anida en los pobres y excluidos –que, en fin de cuentas
todavía se reconocen e identifican con al chavismo-, como la inmarchitable
pasión por la libertad y la democracia que es propia de toda nación y que es lo
único que puede dar piso firme a la existencia de una sociedad justa,
precisamente porque solo siendo democrática puede ser justa.” (p. 127) No abría
espacios a la exclusión, solo lo hacía ante la idiotez del interlocutor o, como en
aquella célebre entrevista en la que Sofía Imbert no le permitía expresarse y
opto por levantarse de la silla y abandonar el set televisivo.
Así pensaba,
así era y así actuaba el hombre que recién ha fallecido. Descanse su alma en
paz y le quedamos agradecidos por su legado. El que nos deja con el ejemplo de
su vida y aquel que bulle en las páginas de los libros que escribiera para
verter sus ideas e ideales políticos. Definitivamente, la política no es para
idiotas, ni se ejerce desde las emociones. Es para gente pensante y sensata
cuya vocación de servicio está fundamentada en razones para propiciar el
bienestar colectivo y una vida de calidad para todos.
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