La temporada final de cada año viene cargada de un gran simbolismo emocional. Todo son buenos deseos y hasta la exposición de resultados positivos donde evidentemente no los hay. Así que llegado el dos de enero, cuando todo retoma su camino en la incuestionable continuidad del tiempo y el espacio en el aquí y el ahora presentes, emerge una realidad que muy probablemente no cuente entres aquellos fines y propósitos deseados y expresados a finales de una año que ya no está. El decurso e cada vida humana se pone en evidencia ante la realidad, aquella que nos es propia y afecta directamente o la de impactos indirectos sobre nuestro devenir, consecuencia del hecho de vivir en sociedad y saber que no estamos solos y que cada quien mueve sus piezas de acuerdo a particulares intereses.
La Venezuela del 2 de enero de 2024 se encuentra en
situación de mayor deterioro que aquella que veíamos hace apenas unas horas, el
último día del año anterior, 31 de diciembre del año 2023.
En lo político, hay señales que evidencian algunos
resultados inherentes a los acuerdos internacionales que se han venido
negociando a los efectos de dar lugar a un evento que aún no está claramente
definido, las elecciones presidenciales que por mandato constitucional han de
realizarse durante el presente año. Solo la respuesta atinente al contexto de
participación y condiciones políticas de las mismas puede retirar la Espada de Damocles
que sobre ellas pende, derivada una y exclusivamente de los costos de
oportunidad que su ejecución pueda disponer de cara a las maniobras inherentes
al mantenimiento del poder por parte de quienes evidentemente hoy lo detentan supraconstitucionalmente.
En lo económico, la situación no asoma vestigio
de cambio alguno que indique
comportamientos positivos y algunas perspectivas de cambio. El reino de la
estupidez colectiva en el que transcurre la realidad venezolana de hoy mostró
nuevamente su rostro desde las interminables colas para surtir gasolina y la
incuestionable evidencia de la pérdida de valor real de salarios e ingresos
laborales sepultados bajo la sombra venenosa de bonos que a troche y moche
constituyen evidencia de que en la Venezuela de 2024 no hay una afectiva y eficaz
retribución económica del trabajo y que las posibilidades de abrir espacio a la
propiedad privada y los proyectos de vida personalizados, coherentes y
pertinentes no existen.
En el ámbito sociocultural, las diferencias que apuntalan
una sociedad bimodal en cuanto expresión hibrida de su desarticulada y
asimétrica división integrativa entre polos poblacionales cada vez más
empobrecidos ante pináculos piramidales cuyos emporios de riqueza se muestran
desvergonzadamente ante todos en una vorágine de pan y circo que bajo
luminarias navideñas de espacios públicos intentan superar el fondo decadente
de muñecos de trapo alegóricos a los gozos del poder, expresiones de la vulnerabilidad
de una sociedad que habita bajo las sombras del control sociopolítico de un régimen
cuyos fines, propósitos, objetivos y metas finales son solo esos, controlar y
mediatizar generado contextos de servidumbre humana fundados en las necesidades
prefabricadas desde las esferas de la coacción y el ejercicio del poder
condigno. He allí tres escenarios que hoy, 2 de enero de 2024, configuran
nuestra realidad.
Es evidente que, para quienes ven esta realidad desde
una óptica diferente, la resaca de fin de año continua. Ojala y cuando requieran
de atención fármaco-terapéutica necesaria para superarla no sea ya demasiado
tarde para ellos; no para la sociedad venezolana en general, convencida en un
90,00 % de que para acceder a escenarios de vida individuales y colectivos
diferentes, es y se hace necesario tan solo, que haya acceso a la posibilidad
de una elección presidencial rasante en los mínimos de aceptabilidad en cuanto
resultados creíbles, que hoy se sabe, están por reventar en la voluntad de un
pueblo convencido de que las sendas democráticas y el ejercicio de su libre
albedrio conducen su única posibilidad de redención humana en esta Tierra de
Gracia.