El Golpe de
Estado es una acción de fuerza mediante la cual un grupo humano asciende al
poder y desaloja a quienes lo ejercen en un momento dado. De acuerdo con los teóricos de la política, la
idea del Golpe de Estado se maneja desde
el siglo XVII, cuando era considerado como un hecho legítimo, concretamente
desde el año 1639 con la publicación de la obra “Consideraciones políticas
sobre los golpes de Estado escrita por el autor francés Gabriel Naudé, citado por Ramón Alonso
Dugarte Rangel (2019)[1].
En el caso de
América latina y en lo que va del siglo XXI, ocho funcionarios públicos en
ejercicio de cargo presidencial a nivel del ejecutivo han denunciado la
gestación o sospechas sobre golpes de Estado en su contra, en once
oportunidades. De ellos, cuatro ocasiones han correspondido a tan solo dos
funcionarios venezolanos en los años 2002, 2014, 2017 y 2019. Para el caso
venezolano, ello constituye un indicador elevado ya que en tan solo veinte años
y del total de ocho denuncias, la mitad ha correspondido a nuestro país.
Ahora bien,
del total de ocho funcionarios en ejercicio funcional de la presidencia de la
república en sus países, cinco de los denunciantes modificaron las
constituciones de sus países o se aprovecharon de argucias legales para
mantenerse en el cargo más allá de lo inicialmente establecido cuando llegaron
a ocupar el mismo. Esto es, faltaron a la Constitución. Si bien esto no justifica
golpe de Estado alguno, refiere un factor político que no debería ser deleznado
en cualquier análisis por cuanto advierte que el planteamiento de estas
reacciones, pudieron ser posibilitadas por el hecho previo de faltar al texto
constitucional en beneficio de su propia persona y condicionantes políticos.
Características
del golpe de Estado son, entre otras, el secreto de su gestación y al factor
sorpresa en su ejecución para evitar la inmediata confrontación armada y,
siempre actuando como parte del mismo, funcionarios del Estado, particularmente
de quienes detentan las armas y tienen asignado el monopolio de la fuerza, es
decir, todo golpe de Estado implica en su ejecución, personal adscrito al
propio aparato estatal. El objetivo de todo golpe de Estado es apoderarse del
mando del gobierno bloqueando la capacidad de respuesta del Estado.
Todo golpe de
Estado ha sido previamente meditado y en lo inmediato, en plena fase de
ejecución, procede a la neutralización de la población con verdades o mentiras
apara ganar su apoyo y reducir su beligerancia. Y siempre, un golpe de Estado
se justifica en cuanto a la opinión de sus autores, en función del
restablecimiento del orden constitucional
que, por una u otra razón, se encuentra alterado y corrompido por el gobierno
en funciones para ese momento. Se trata de restablecer el orden perdido, esa
será siempre la excusa, que
lamentablemente viene acompañada de la sustitución impuesta de normas o
personas adscritas a lo civilmente acordado, amén de vigentes, por las que
pudiera y en efecto estableciera el sector militar.
El golpe de
Estado se vincula en sus orígenes a la necesidad de hacer presente el César
defensor del Reino por lo que se asocia a la idea del “cesarismo”, tan conocida
en los ámbitos de nuestro país, en las tesis de Vallenilla Lanz para justificar
los regímenes de fuerza en Venezuela durante el siglo XX particularmente los
gobiernos que van de la mano de un hombre fuerte que ha de meter en cintura a
la sociedad y todos sus males, particularmente los políticos, que no permiten
que el país avance por la senda que se considera optima desde las perspectivas
de la posesión de verdades absolutas por parte del dictador, toda vez que el
golpe de Estado da lugar al establecimiento de dictaduras y tiranías.
En sus
inicios, señala Dugarte Rangel, el golpe de Estado se asociaba a ideales
positivos y benéficos para la sociedad, para expresarlo en leguaje coloquial,
eran buenos. El monarca estaba sujeto a la posibilidad de actuar conforme al
menos a una de tres opciones para generarlo: El amparo de las leyes en cuanto
fundación y conservación del Estado lo cual era aceptado de manera universal;
Las razones de Estado, concernientes
ala derogación del derecho común sustituyéndole por el bien común y la utilidad
pública y, en tercer lugar, en tanto “acciones osadas y extraordinarias… en los negocios difíciles…
contra el derecho común… sin formalidad… arriesgando el interés particular por
el bien público.” De tal manera que el golpe de Estado representaba para el
monarca, una salida audaz cuando los intereses públicos se veían amenazados.
Es después de
los acontecimientos de la Revolución francesa cuando, derribada la monarquía y
establecida la Segunda República Francesa, el 2 de diciembre de 1851 Luis Napoleón
Bonaparte se hace del poder por la fuerza y es proclamado presidente, situación
que conlleva a disputas con la Asamblea Nacional a la que se sobrepone dejando
con ello establecida la idea del autogolpe o golpe bonapartista,
adjudicándosele toda connotación peyorativa y malvada a partir de esos
momentos, más allá de la crítica que, como fórmula de acceso al poder y en el
plano moral, el golpe de estado había recibido de Víctor Hugo, Proudhon y Marx entre otros.
Posteriormente,
en la dinámica de las vinculaciones concretas de tiempo y espacio en tanto
territorialidad, el golpe de Estado adquirió rasgos de su caracterización
contemporánea al hacerse presente en el ámbito político latinoamericano como
elemento recurrente en los cambios de gobierno favorecidos por la defensa de
mercados precapitalistas emergentes en la región, como parte de acciones cuyo
objetivo primordial era el evitar la instauración del socialismo en tanto
contrapartida del capitalismo, en el marco de nuestras sociedades, toda vez que
la situación de depauperación en la que se encontraban les hacían “caldo de
cultivo” adecuado para que la propaganda comunista pudiera penetrarlas.
Por esa
razón, durante el siglo XX se dio primacía al desarrollo económico de América
latina con base en el control de explotación y exportación de materias primas,
la sustitución de importaciones y la alianza para el progreso en lo económico;
la geocultura mundial del capitalismo
en lo sociocultural y los regímenes de fuerza, golpes de Estado mediantes si
era el caso y lo establecían las necesidades de control, en lo político fueron
las bases modelares de la realidad concerniente a nuestros países.
De allí que
en este patio trasero de la historia, más que de Estados Unidos, y es mi muy
particular punto de vista y posición al respecto, surgiera como explicación
teórica de este acontecer regional en el marco de universidades signadas por la
ideogelización de izquierda, la reconocida Teoría de la Dependencia y del
desarrollo centro – periferia así como sus expresiones en contraparte unas, en
alienación revolucionaria otras, cuyas perfomances
ideográficas vinieron lideradas por Eduardo Galeano y su Venas abiertas de América Latina; Carlos
Rangel en su pieza discursiva Del buen
salvaje al buen revolucionario y en términos más recientes y
contestatarios, la tríada integrada por Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto
Montaner y Álvaro Vargas Llosa en doble entrega bibliográfica correspondientes
al Manual del perfecto idiota
latinoamericano primero, y luego, El
regreso del idiota.
En ese
contexto prendió la simiente de los golpes de Estado cuyo centro de
reclutamiento y entrenamiento ideológico se hubo establecido en la Ciudad de
Chorrillos en Perú, donde acudían nuestros militares al acceder a sus cursos de
Estado Mayor y recibir las directrices instruccionales del catecismo
anticomunista por lo que, cuando se hacía necesario, ocurría el golpe de timón
en la dirección política del Estado – Nación al amparo de las asonadas
militares, instauración de gobiernos de facto que luego se legitimaban mediante
constituciones a la medida y razones del momento histórico personal del
agendado presidencial.
En Venezuela,
y solo referiré los siglos XX y XXI por cuanto el siglo XIX corrió entre
caudillos y hechos de fuerza, sin la connotación actual de lo que implica un
golpe de Estado, se produjeron golpes importantes como los acaecidos en octubre
de 1945, noviembre de 1948, noviembre de 1952, enero de 1958, febrero de 1992 y
noviembre de 1992; en abril de 2002 se ha documentado una situación de vacío de poder que no de golpe de
Estado. Lograron el objetivo y se convirtieron en auténticos golpes de Estado,
los de octubre de 1945, noviembre de 1948, noviembre de 1952 y enero de 1958.
Los no exitosos, en febrero de 1992 y noviembre del mismo año, habrían de ser
considerados como asonadas militares
por cuanto no alcanzaron el objetivo, cual es la toma y sustitución de los
personeros que detentan el poder, esto es, fracasaron, mientras lo ocurrido en
abril de 2002 corresponde a tipología diferente.
Ahora bien,
lo que ocurre ahora en Venezuela, al treinta de enero de 2019, pudiera no se
enmarcado apara nada en las tesis del golpe de Estado. Los hechos no calzan
para su análisis Stricto sensu, en esa
categoría, si bien existen rasgos que apuntalan el perfil de los
acontecimientos previos a esta fecha, en lo que teóricos del golpe de Estado
califican hoy como golpes suaves.
Es el propio
Dugarte Rangel quien reseña a cinco pensadores académicos cuyos trabajos se
centran el lo atinente a la teoría del golpe de Estado. En primer lugar, Curzio
Malaparte quien en 1931 publicara su obra Técnicas
del golpe de Estado la que le produjo momentos ingratos ya que fue
prohibida en multiplicidad de países a la vez que se le hizo pagar cárcel en
otros debido a que se estimaba que su contenido abría tentaciones para la
instauración de situaciones de facto a través de los golpes de Estado. Luego y
en orden de sus publicaciones principales, Dugarte Rangel considera a Samuel
Huntington y su libro El soldado y el
Estado (1957); Samuel Finer, quien en 1962 publicara Los militares en la política mundial y Edward Luttwak en 1968 con su obra Golpe de Estado. Un manual práctico. Ya
de manera reciente, el autor cuyo texto sirve de base a esta reflexión, apunta
el nombre de Gene Sharp, De la dictadura
a la democracia (1993), fundamento de las técnicas del denominado “golpe
suave”.
En la óptica
de lo planteado en el texto de Dugarte Rangel, la militarización de postguerra en
América Latina, Asia y África hemos de asumir, abrió las ansias de
participación de este sector de la sociedad en los asuntos políticos, de manera
directa y en rol beligerante, alejados de su función social que no es otra que
el resguardo, para lo cual su legitimidad se apoya en el uso monopólico y
constitucional de la fuerza. Han de cuidar y velar por el interés nacional
siendo defensores del Estado Nación, su independencia y soberanía, esta última
tanto la territorial, como la político – civil que es originaria y descansa en
la población que la posee y determina su funcionalidad inmanente a lo político.
Para ello y
como una forma de disminuir esa tentación de convertirse en árbitros y tutores
de la sociedad, algunas de las ideas planteadas por Huntington, Finer y Luttwak
pueden resumirse en lo siguiente: La profesionalización y no beligerancia
política del sector militar, lo que no necesariamente ha de asumirse en la
perspectiva de hacerles eunucos políticos, aunque si, establecer limitaciones
para el ejercicio de la misma; Los militares han de respetar el principio de la
autoridad legítima y
consiguientemente la supremacía civil. Respecto a la sociedad, los militares
han de reconocer la autoridad civil y obedecerla ya que en el seno de la
democracia, esta es la razón del poder público y por tanto del poder político.
Visto y
analizado el planteamiento de Ramón Alonso Dugarte Rangel, caben algunas
interrogantes. Para Venezuela en lo político, 2019 se inicia con la denuncia de
un golpe de Estado en proceso, que se habría fraguado y estría ejecutando desde
el exterior en acciones que vienen coordinadas desde varios países. Se habla de
las modalidades del golpe suave. Ello implica plantearse algunas cuestiones
que han de ser respondidas desde el análisis de la realidad operante en el
contexto de la situación – país que colma el escenario nacional.
Al respecto
caben algunas preguntas: ¿Cuál es la cualidad ideológica del funcionariado que
ocupa el poder público en la Venezuela de enero de 2019? ¿Cuál su cualificación
actual en el contexto de Constitución de la República? ¿El ambiente general que
se vive en el país es democrático con base en la vigencia constitucional, o
dictatorial en función del interés de los “amos” del poder? ¿En el contexto de
la Venezuela actual, el sector militar ha mostrado respeto pos la Constitución
y leyes de la República? ¿Son los civiles, poseedores de la autoridad
constitucional legítima y originaria, respetados por el sector militar? ¿Es la
“democracia” venezolana de hoy, un sistema socio político y cultural tutelado
por los militares? ¿Hasta qué punto, los civiles han empeñado su dignidad para
ponerse al servicio de la causa militar,
dado que este estamento de la sociedad no posee el mínimo necesario de cultura
política y capacidades técnicas para acometer funciones de gobierno en el
contexto democrático, sin que medie la fuerza en el ejercicio de su beligerancia de cara al
funcionamiento del Estado? ¿En el contexto general de la evolución político
institucional del país desde 1810 a la fecha, cuál ha sido la magnitud de la
participación militar en funciones de Estado y de gobierno, en los escenarios
de la detentación fáctica del poder?
Cada uno de
quienes han tenido la paciencia de leerme hasta aca, tiene en sus manos la
posibilidad de plantearse respuestas con sujeción a sus propias y auténticas
verdades, parciales como son, en el análisis contextual de nuestra realidad.
Cada quien desde su verda tiene el derecho de proceder, hagámoslo.
[1] DUGARTE RANGEL Ramón Alonso (2019). El golpe de Estado en América Latina. Un
ejercicio de historia conceptual. En Procesos Históricos, Revista de
Historia y Ciencias Sociales. Número 35, enero – junio 2019. pp 147 – 164
Universidad de Los Andes. Mérida. Venezuela. Mientras no se señale
expresamente otra fuente, las ideas citadas en el presenta trabajo corresponden
al texto mencionado.