De acuerdo con el diccionario de la Real Academia española de la Lengua,
la egolatría define aquella cualidad del género humano vinculada al cultivo del
ego. Esto es, “Culto, adoración y amor excesivo por uno mismo”. Deriva de ego,
que en descripción de la misma fuente bibliográfica apunta en términos de la psicología y
concretamente del psicoanálisis freudiano, corresponde a aquella “instancia psíquica que se reconoce como yo,
parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos
del ello, los ideales del superego y la realidad del mundo exterior… Exceso de
autoestima” Así, de pasada, pareciera una cuestión sencilla, pero no lo es en
términos de la teoría que lo construye y conforma y menos aún en la plano de la
realidad actuante de las personas. Más aún, ante ciertas taras del
envejecimiento relacionadas, no con el avance cronológico de la edad y si, con
la inadecuación del individuo a la realidad que bien canta Sinatra en My way.
En el caso
del apego y acudiendo al nuevamente a la Real Academia Española de la Lengua,
esta lo refiere como la “Afición o inclinación hacia alguien o algo.”. O sea,
que nos indica el grado de necesidad que desarrollamos respecto a la cosa, como
bien dirían los filósofos. Es decir, que
con ambos vocablos nos movemos entre el amor por mí y el amor por los demás si
es que hablamos en el contexto del crecimiento y las relaciones humanas. Tremendo lio al que
me asomo, pero vamos a ver, que muchos de ustedes terminaran estando de acuerdo
con mis apreciaciones.
Pero si
deseo ir a más, buscando profundidad, citare en tercer término lo que
constituye el punto de partida de esta reflexión, el envejecer. Así las cosas,
la RAE nos trae que envejecer, que el proceso dinámico de la existencia en cuyo
trance nos encontramos quienes detentamos una edad que pudiera ser considerada
avanzada, haciéndonos viejos y por tanto permaneciendo por mucho tiempo en los
planos de la vida, llama la atención que aplicado a las máquinas indique ello
se corresponde con el hecho de “Perder sus propiedades con el paso del tiempo.”.
Cuestión está que mueve a preocupación en tanto y cuanto una de las posibles
propiedades pérdidas sea precisamente la situación de autoconcepto, más que de
autoestima y del más íntimo respeto por mí mismo.
Dice además
que viejo expresa la situación de edad avanzada de un ser vivo, de una persona,
por tanto que existe desde hace tiempo a perdura en su estado, de ser vivo y
que deviene del pasado, pero luego, en algunas de las ocho características restantes,
de las trece que expresa, se leen cuestiones como “Deslucido, estropeado por el
uso…” hasta que tropezamos con la palabra senil, que allí la cuestión es para
preocuparse por cuanto corresponde a la “Cualidad de viejo… Edad senil,
senectud. … Achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos.” Para
cerrar con la verdadera guinda del frasco, “Dicho o narración de algo muy
sabido y vulgar.” Menuda consideración para con quienes presumimos de viejos y
mostramos con orgullo nuestra edad cronológica.
He traído a
colación la expresión de lo senil porque el problema no está en envejecer, sino
en hacernos seniles. La senilidad afecta el envejecimiento humano y los más
importante, afecta el autoconcepto del ser. Y lo afirmo de esa manera por
cuanto seque me estoy haciendo cada día más viejo, que pierdo facultades
físicas y que, la perdida de capacidades intelectuales bien puede sobrevenir
como consecuencia de los años, pero jamás debemos permitir que se instale como
consecuencia de la pérdida del valor más importante para cada ser humano, el
valor de ser y saber que siempre será aunque ya no sea yo, en centro de
atención. Ese es riesgo de envejecer en medio de enfermedades del ego y del
apego.
Y he traído
esta reflexión porque me asombra y me conmueve ver gente de mi edad,
alcanzados, más que por el deterioro de sus condiciones y capacidades
orgánicas, por las enfermedades de su espíritu al no saber ocupar el puesto que
dignamente nos corresponde en un mundo que cambia a diario, en el cual, para
mantenernos – siempre y cuando dispongamos nuestras capacidades intelectuales
-, solo basta estar al día y asumir con humildad que el momento de nuestra
estelaridad ha quedado atrás y que como tal ya no es. Que el futuro es para
nosotros cada vez de mayor incertidumbre ante cada día que superamos y vemos el
amanecer. Que más que en otro momento, es en la vejez donde con mayor fuerza
cabe aquello de vivir el presente y disfrutar plenamente de cada momento.
Disfrutar
plenamente implica el disfrute del todo, holísticamente hablando. Desde un
café, bien sea compartido o solitario, hasta el más sublime de los actos
compartidos, si aún es posible, y siempre lo será, hacer el amor. Desde el
despertar y ver de nuevo la salida del sol hasta el ocaso de su luminosidad y
una noche de luna llena. Las luces de una Ciudad como Bolívar, reflejando su
Paseo y Casco Histórico en las aguas del Orinoco. Un cielo pleno de estrellas
en La Gran Sabana o, la nube de agua que difumina desde la cúspide del Salto
Ángel. De eso se trata, de haber tenido una vida y honrarla, al término de sus
días, sabiendo que nuestra existencia ha sido plena y hoy disfrutamos el lugar
que nos corresponde, no porque alguien nos lo diera, sino porque supimos ganarlo
en aras de saber que trascendimos con la dignidad de una existencia plena. De
eso se trata, envejecer sin más ataduras que disfrutar vivir y continuar
viviendo, sabiendo y aprendiendo, aprehendiendo, conociendo, haciendo,
teniendo, conviviendo y por encima de todo, siendo; porque solo la certeza de
ser y habernos aproximado al ser universal,
expresa que nuestro aporte civilizatorio ha valido y no pasamos en vano por
este plano. Dignidad en procura de la libertad, la democracia, el conocimiento
y la civilización.