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Farmacéutico. Profesor Titular en la UDO. Consultoría y Asesoramiento en planificación, organización y gerencia. Coaching. Políticas públicas. Estudios de especialidad, maestría y doctorado.

martes, 2 de enero de 2024

Albert Camus, compromiso generacional por la verdad y por la libertad

El 10 de diciembre de 1957 se realizó la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura correspondiente a ese año. Tal reconocimiento    recayó en la persona de Albert Camus quien ya en 1942 al inicio de su actividad creativa había   publicado dos de    sus mejores obras, “El extranjero”     (Marzo 1942)  y  “El mito de Sísifo”  (Octubre 1942).     En ambos desarrollos, el planteamiento   argumental   gira   en torno al absurdo   de la vida y   su sentido,    desde una perspectiva filosófica con la cual, el pensamiento de Camus no estaba en correspondencia de manera total aunque algunos   de sus críticos afirman lo contrario, el existencialismo ortodoxo que desemboca en la “nada” humana.

Una reflexión en la que Camus deja constancia de su negación en cuanto a la nada humana discurre en el discurso que pronuncia a propósito la recepción oficial del premio en uno de cuyos párrafos afirma, al referirse a quienes niegan la verdad y la libertad en sus reflexiones que… Hasta que llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación, han reivindicado el derecho y el deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época.

Albert Camus, de nacionalidad franco argelina vivió entre 1913 y 1960, murió muy joven, a los cuarenta y siete años de edad habiendo recibido el Nobel cuando contaba cuarenta y cuatro años, tres antes de morir. Pensadores como lo fueron Schopenhauer, Nietzsche y parte del existencialismo alemán, amén de Sartre y Kafka han constituido parte de sus influencias lo cual ya  nos dice mucho de su pensar filosófico.

Pero, mientras aquel evento discurría en Europa, en Venezuela se realizaría días más tarde, justamente al final de aquella semana y concretamente el domingo 15 de diciembre, una elección plebiscitaria mediante la cual un militar de carrera, pasando por encima de la Constitución de 1953, creada a su medida una vez se estableciera como presidente de la república en 1952 pretendía mantener el ejercicio del poder político de la nación hasta, por lo pronto, 1963. De hecho, el resultado electoral, desconocido por todos los partidos políticos de le época, arrojo cifras favorables a su permanencia, por encima del 86,00 % mientras el no, apenas alcanzó poco más del 13,00 %. A todas luces, un fraude cantado.

Lo cierto es que aquella pretendida continuidad era y sigue siendo parte del expresionismo político venezolano cuya evolución histórica se ha generado desprendiéndose de la verdad y la libertad, bases incuestionables del oficio  creador de Camus quien en el discurso que refiero señala en párrafo extenso y profundo que:

cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podría hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio por ella.

Albert Camus, aunque no fue oriundo de los estados Unidos, perteneció  a la generación grandiosa, generación de ideales alrededor de las ideas de lo correcto en el ámbito de lo sociohumano. Nacimos posteriormente, nuestra generación corresponde a los Baby boomers, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial. En el caso venezolano vimos caer bajo derrocamiento, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el surgimiento de la democracia representativa, posteriormente sustituida por esta desgraciada construcción de la unión política en lo cívico militar a lo que denominan Socialismo del Siglo XXI devenido en Estado Fallido, Estado Forajido y Narco régimen dictatorial en función de avance hacia la tiranía del caos y el desorden ético moral.

Detrás nos avienen las generaciones X, Y, Zillenial, Z y Alfa, algunas de ellas con menor compromiso hacia la verdad y la libertad; la movilidad fútil de sus desplazamientos en las redes dejan ver una estela nada favorable a lo futurible o, lo futurablemente deseado para la sociedad venezolana de cara a su porvenir. Sin embargo, aún subsisten y existen suficientes reservas humanas que a la sombra nevada de las sienes, bajo el grisáceo velo satinado en otros, o, a la brillante lumbre de la ausencia pilo capilar constituyen una generación que habiéndolo visto todo, mantienen su compromiso con las virtudes heredadas de la primera piedra post-independentista en cuanto a un sistema político al amparo de las más excelsas virtudes humanas, la que nos legaran los padres de la república.

La rebelión de las canas está viva y mantiene el compromiso expresado por Camus en cuanto la procura de la verdad y de la libertad, que en Venezuela obligan a su transformación, nada al rescate de estilo gatopardiano, todo por un país distinto, diferente. Venezuela Siglo XXI, Venezuela, Tierra de Gracia.

 

 

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